miércoles, 30 de marzo de 2016

Tantos trajes para un firmamento

Incontables son los trajes, que cuelgan en el vestidor del cielo 

Uno de color aciano, con flecos blancos de nimbos; especial para los días de boda. Mantiene la intriga sobre el tiempo, da tema para iniciar conversación entre desconocidos, y al ser totalmente seco, no estropea la celebración.

El azul grisáceo, para días fríos de invierno. Invita a quedarse en casa, preparar tostadas, untarlas de miel, aceite y azúcar; tomarlas acompañadas por una novela o relatando  cuentos. 

A un lado, el azul lavanda, con un punto rosado, cubierto de algodón por todos lados. Propio de princesas, castillos y  caballeros. 

El petróleo, oscuro y estrellado, con cometas que lo atraviesan constantemente. Destinado a acompañar las guitarras y hogueras, en las acampadas en el bosque, con niños que están  ya a un solo paso de la adolescencia.

El azul nomeolvides, como la flor, barnizado en brillante, despejado, sin nubes, sencillo. Para enamorados que no ven más que los ojos del otro, y el cielo para ellos es tan solo un decorado.

En un sitio especial, el azul medianoche, casi negro, sin estrellas, sin reflejos, sin chispas. Cobija  las noches de luto de las madres que han  perdido a un hijo.

El azul cobalto, en degradado, con jaspeados de lapislazuli y alguno más claro. Es el de la noche que llega y el día que se va. El que ven los padres agotados,  no han parado en todo el día y recién consiguen acostar a los enanos. No han podido fijarse en el cielo, y éste les muestra sus diversos tonos en el único momento en el que pueden detenerse  a mirarlo

El turquesa esperanzado, dedicado a  aquellos que están a punto de tirar la toalla.

El azul pastel, que indica un día cálido infiltrado en el invierno frío. Este  alegra a los más mayores, que entienden que ya no hay peligro de resfriado ni pulmonía, y pueden salir a pasear un rato

El azul oscuro, repleto de nubarrones gordos y grises. Ese hace reír a los niños que esperan impacientes la lluvia, agarrando el paraguas como una espada. Quieren saltar sobre los charcos, abrir el paraguas para moverlo de un lado a otro, mojarse con el llanto de las nubes. 

El azul océano que se confunde en el horizonte con el mar y  juega a intercambiar complementos con el agua. 

El celeste, surcado por nubes blancas, de distintos tamaños y formas, algunas  ribeteadas en gris o en rosa. Acompaña a los enfermos, dibujando con las nubes, figuras que les traen recuerdos. Acaricia su memoria, con calma, sin agobiarlos.


¿para que tantos trajes para un solo cielo? 
¿quién se fija? ¿quién lo ve? 
y si lo ven ¿quién lo recuerda? 
y si lo recuerdan ¿cuánto dura esa memoria?
y si esa imagen queda para siempre en la memoria del alma ¿qué caducidad tiene el alma?

Ahí está la clave

Desde ese tercer día, en que la vida se prolongo hasta el infinito, las impresiones se volvieron eternas. 
Cada traje con el que se viste el firmamento, provoca  una sensación que perdurará  siempre. El entusiasmo al saltar sobre el charco, o la emoción al salir a la calle tanteando la temperatura, o el estremecimiento al contemplar el cielo.
Toda la belleza que te impresione, todos los paisajes que recuerdes, te los podrás llevar contigo al cielo.

Por eso hay  tantos trajes para un  único firmamento. 

  

1 comentario:

  1. Siempre es un placer ver el cielo lleno de nubes de algodón o de estrellas. Acá en Lima, eso casi no se ve.

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