jueves, 26 de agosto de 2010

Flores, enfados y sonrisas

Cada año a finales de mayo o principios de junio, acudimos a la catedral para colaborar en la celebración de Corpus.

Las tareas son diversas. Unos ayudan en la última fase del montaje de las alfombras de flores, sobre la que pasa el Santísimo. Es la última etapa de un trabajo de meses: decidir el motivo, el diseño, las flores, comprarlas… El último día hay que quitarles con mucho cuidado los pétalos y rellenar los dibujos según los colores, como esas plantillas que coloreábamos de niños.
Otros colaboran distribuyendo folletos para seguir la ceremonia, ayudando en la colecta o acompañando a los sacerdotes en el momento de la Comunión.
Nosotros controlamos los accesos que dan entrada a la zona reservada para autoridades, gente con problemas visuales o auditivos, cofradías y demás.
Me encanta esa labor porque en el tiempo que da una tarde, tratas a gente muy diversa: turistas que preguntan, cofrades que ayudan, personas que exigen, abuelos que explican a los nietos, niños que se pierden, vagabundos que descansan, novios que pasean, curas que vienen temprano, invitados que llegan tarde, amargados que amargan y gente amable que te hacen aún más agradable la tarde..
Hay gente mayor que llegan una hora antes de la Misa y aguantan de pie todo el rato, a veces bajo un enorme sol que insiste en calentar el aire que ya arde. Para “compensar” también asisten personas que llegan ya empezada la celebración y pretenden colarse en la zona reservada. Quieren seguir la ceremonia más cómodamente desde los pasillos vacios, esos que deben quedar libres por si surge una emergencia. Emplean diversas tácticas para conseguir su objetivo: adulan, insultan, amenazan con no ir nunca más a Misa, alegan que ellos van cada domingo, se quejan de unos supuestos privilegios de las personas de la zona reservada, y no paran de hablar en toda la celebración

Recuerdo una pareja de unos 50 años que se puso muy muy pesada. Llegaron tardísimo y directos al acceso. A su vera un par de ancianos aguantaban de pie con su bastón, sus temblores y una bonita sonrisa en la cara; habíamos conseguido asiento para sus mujeres, pero ya no quedaban más libres y tenían que esperar a que alguien se fuera Los de 50 ni los vieron, ellos querían pasar sí o sí.

La situación empezó a ponerse tensa: quejas, prepotencia, amenazas, empujones para entrar…
El movimiento alertó al responsable, un seminarista experto en la organización, que se acercó para intentar solucionar el conflicto. Después de intentar explicarles porque no podían pasar sin que ellos dieran su brazo a torcer, sorprendentemente, los dejo pasar. Me enfadé mucho con él, y en un tono sarcástico le comenté que era genial como nos desautorizaba además de no pensar en la gente que llevaba esperando pacientemente de pie un buen rato.

Me empezó a explicar que no éramos guardias, sino colaboradores, pero una llamada por el walkie lo hizo desaparecer

Pasó un año. Otra vez Corpus, otra vez en el mismo acceso, el mismo seminarista responsable y personas supereducadas esperando que quedara un sitio libre para poder pasar. No fue la misma pareja sino tres señoras mayores, las que montaron el numerito por querer entrar, saltándose la espera.

Llegó el organizador y se repitió la escena: unas palabras, ellas que no acceden a razones y él que las deja pasar. No dije nada, pero me fue imposible esconder mi mirada asesina. Él se paró, cerró el walkie y me habló en tres minutos de Corpus, de respeto, misericordia, solidaridad, paciencia, fortaleza, benevolencia, confianza… Caridad La verdad es que no recuerdo exactamente que dijo, pero sí sé que consiguió que captara algo de la esencia: la diferencia entre segurata y colaborador, instrumento y finalidad, medios y objetivos, normas y caridad.

No sé si lo he entendido muy bien, pero sí me ha quedado claro que tengo que trabajar para encontrar el equilibrio entre la norma necesaria para la convivencia y el corazón grande.

Y he de reconocer que contra todo pronóstico ni la primera ni la segunda vez, nadie de los que se quedaron fuera, dejó escapar ni una pequeña queja.

El seminata es ahora un gran sacerdote.


1 comentario:

  1. Hola. Habrá cambiado, me alegro por él, nadie se cuela es NADIE se cuela. La obediencia no falla. El padre Pío jamás desobedeció una orden.Gracias.

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