Siempre que se acerca a la playa, el mar le hace llegar un obsequio Él insiste en que no son esos regalos, sino la tranquilidad que le contagia el rumor de las olas lo que hace que se pase horas paseando por la orilla. El mar, cuando lo escucha, murmura y rie
Esta mañana, caminando descalzo por la orilla, ya pasadas las rocas, de repente se ha parado. Ha mirado la arena, el mar, la arena... la intuición era cada vez más fuerte. Ahí, a tres metros de sus pies junto al mar. se ocultaba una figura. Para poder rescatarla sin hacerle daño, el hombre recoge arena repleta de mar y la amontona sobre el escondite. Cuando la montaña de arena ya era importante, poco a poco la ha ido retirando. Despacio, con cariño, intentando no dañar su piel, acariciando cada perfil, despejándolo de los granos de arena. Ella se deja descubrir, sin moverse, sin pestañear. Va apareciendo el cuerpo de una sirena, recostada sobre la arena, de perfil con el rostro orientado al mar , dormida en la orilla,
Los niños que rondan las olas, enseguida se dan cuenta del descubrimiento. y de como el mar avanza quizás arrepentido, buscando recuperar su princesa. Rapidamente, los pequeños se movilizan para contruir una muralla, de arena, que impida al mar besar a la sirena Unos arrastran la arena, los otros la agrupan, a lo ancho y a lo alto, la golpean, cohesionan... El mar insiste, Y vuelve, y va , y viene... consiguiendo consumir trozos de la barrera
Cada minuto, la sirena surge más perfecta, más fina, más perfilada. Cada 60 segundos el mar recibe refuerzos con los que golpear la barrera
El escultor ni lo mira Está descubriendo las manos, un dedo y otro, quitando la arena que ha quedado entre sus dedos, acariciando la mano.
Los niños, tenaces, seguros, se van... y vuelven con rocas, con piedras. Si el mar se come la arena, tendrá que luchar contra las rocas.
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