Sábado 28 de mayo
23.55h
Me despido de los padres de catequesis, ellos se van y yo intento localizar a mis amigos. No los veo. (Al día siguiente me dijeron que se fueron los últimos de la plaza, me buscaron y no me encontraron. Yo tampoco los vi a ellos. Definitivamente no era nuestro destino vernos)

Me toca volver sola. El objetivo: llegar al metro de Plaza Catalunya, al final de las Ramblas (estoy en su inicio), que para mi mala suerte es el punto de encuentro de celebración
de la victoria. Se trata de recorrer el trayecto de las ramblas pero por las calles paralelas, hasta llegar al final. Allí, girar a la izquierda hasta llegar a las ramblas, hacer una incursión entre la gente, y llegar a la entrada del metro.
La primera parte, caminar por callejones paralelos, ha sido fácil. Llegar a la etapa final, la de la incursión en el mogollón, y ver la multitud, un poco desesperanzador. Hace mucho calor, me ato el jersey azul al cuello, que me cubra la camisa blanca y… al ataque.
Me sumerjo en un océano de personajes. La mayoría van en grupos de cinco o seis personas, cada uno de los cuales se mueve en una dirección distinta. Es un caos, una anarquía feliz pero descoordinada. Es difícil caminar, aunque a base de empujones, puedo ir avanzando.
Intento localizar la entrada del metro pero las cabezas me la tapan y me la paso. Así que tengo que retroceder. Gente por todos lados, todas direcciones, subiéndose a los arboles, saltando, gritando. Estoy en pleno centro de celebración
Llego a la entrada del metro y…. horror: está cerrada. Un periodista, muy guapo por cierto, parado allí con su cámara, sonríe. Me indica que vaya al metro, al otro lado de plaza Catalunya. Ante mi cara de pena, me comenta que pruebe en la calle Pelayo, la calle que desemboca en la plaza, más cercana a donde estamos. Allí también hay metro y no tendré que trasladarme tanto.
Cojo aire, y me zambullo otra vez en la masa. Es como atravesar una selva de fantasía del país de Nunca Jamás. Sobre los árboles y farolas, "piratas" con las caras y brazos pintados de azul y grana, alzan sus brazos. Llovizna de cerveza o cava o lo que sea que se dispara de botellas batidas; a lo lejos se ven columnas de humo rosa; por todos lados gritos de victoria.
Llego a la calle Pelayo. No puede ser, la entrada del metro también cerrada. Por suerte esta zona está más calmada. Lo mejor será huir del jaleo por esta calle, hasta llegar a algún lugar sin tanta movida. Ando unos pasos y me encuentro unas vallas que atraviesan la calle e impiden el paso. Al otro lado de la barrera, se sitúan los mossos antidisturbios, todos de negro, con casco, y uniforme enorme. No sé por qué me recuerdan a los guerreros Ninja
Ahora sí empiezo a sentirme encerrada. Me acerco a uno y le pido pasar. Me dice un tanto seco, que no, que no puedo pasar por allí. A todas estas se acerca un borracho que es inmovilizado por los mossos.
Me acerco a otro de los hombres de negro, de los mossos
- ¿Me dejas pasar? Solo quiero salir de aquí e irme a casa
- No puedo. Vuelve a plaza Catalunya y coge el metro que hay en la parte de arriba.
- Es que no quiero volver allí dentro.
- Pero allí puedes coger el metro
- Pero…. es que ….. da miedo
Vale…. un tanto patético, pero es mi última carta para poder salir sin tener que volver a meterme entre la gente. Sí, empieza a agobiarme ver que los antidisturbios están a un lado de las vallas, yo en el otro, en el del jaleo, y no puedo cambiar de bando sin tener que retroceder y volver al tumulto. Sensación de encerrada.
-No vayas por el centro de la plaza
(¿En serio piensa que me voy a meter en pleno campamento indignado por la noche y con celebración futbolera?)
-Vas por el lado, rodeas la plaza, y llegas al metro.
Ni intentando dar pena. Cuando mis sobrinos me dicen que tienen miedo, yo colaboro. Y cuando hacen el gesto de llorar, ya estoy perdida. Creo que estoy perdiendo facultades Aunque hay que reconocer que fue muy amable en sus explicaciones. Era, estoy segura, un corazón guardián
No me queda otra que volver hacia la plaza. Evidentemente no atravesarla, sino rodearla pegada a los edificios, esquivar a los más contentos y llegar al supermegarepleto metro.
Llego a casa, agotada pero llego.
Yo solita me metí en el jaleo. No calculé bien. Al pensar que podía acceder al metro en Plaza Catalunya, el problema se reducía a como máximo un minuto problemático atravesando la multitud
Lección aprendida.
Ya he vivido una celebración de Champions desde su núcleo.
Ya tengo suficiente por muchos años.