viernes, 3 de enero de 2014

Cuento de Navidad, de niños, de ilusiones y de locuras.

Iban corriendo por el camino, levantando toneladas de polvo y retándose a gritos. De repente, al llegar a la cueva pararon en seco. Querían ver al Bebé, ese del que tanto hablaban sus padres. Pero ahora que estaban en la entrada, no se atrevían a avanzar. No tardó nada en salir José a recibirlos; tenía un arte especial para tratar con los niños. De siempre se le acercaban, le escuchaban, jugaban con él, y le hacían caso. 
Agarrando  de la mano a Ana, la más pequeña, acompañó a los cuatro hasta la cuna del bebé.
Ana, con la ternura de sus cuatro años, pasó de la mano de José, a acurrucarse en el regazo de María 
Los otros tres se sentaron junto a la cuna. 
Ana tenía prisa por entregar su regalo, un pequeño pañuelo para cubrir la cabecita del Bebé. Pedro dejó junto a la cuna una manta . Marta le dió a María una cajita de madera con bolitas dentro que se movían y hacían ruido, un sonajero para distraer al niño. 
Dos lagrimones, uno por cada ojo, empezaron a deslizarse por el rostro de David. Pronto su cara se convirtió en cauce de dos rios. Su cara se tornaba roja y aunque intentaba hablar solo salían balbuceos. Cuando Pedro llamó a su puerta, ya a punto de salir, se dió cuenta de que no llevaba ningún presente. Echó un vistazo a la casa, y de golpe vio un posible regalo, algo que había hecho él con mucho cariño. 
Apenas tenía tres años, cuando su madre le enseñó a hacer pan. Al principio lo que conseguía era simplemente llenarse de harina de arriba a abajo. Pero poco a poco fue aprendiendo y se convirtió en un pequeño experto. Era además su momento especial con mamá, él le contaba sus ilusiones, sus penas, ella escuchaba Otras veces ella le contaba historias espectaculares de la familia. Siempre acababan riendo. 
Ese sería su regalo, la hogaza de pan que había hecho él mismo esa mañana. La agarró y salió corriendo detrás de Pedro.
Pararon delante de la casa de Marta y Ana para animarlas y que les acompañaran a visitar al Niño. Mientras esperaban que salieran, David vio , sentado junto a la pared de una casa, a un mendigo ciego. Se le vinieron a la cabeza todas esas veces que yendo con su mamá, se cruzaban con alguien que necesitaba algo. Ella se paraba y le daba lo que tuviera a  mano. O iba a casa y lo enviaba a él de vuelta con comida o mantas, lo que pudieran entregar al necesitado. David se acercó, tocó el hombro del mendigo, se presentó, preguntó como se llamaba, y le entregó el pan. Tal y como le había enseñado mamá.
Pero ahora él, en el el portal,  no tenía nada que dar al Niño. En ese momento, volvieron los pinchazos al corazón:  echaba tanto de menos el abrazo de  su madre... Seis meses atrás, su padre , un joven optimista y vital, se había derrumbado ante la repentina muerte de mamá . Ahora  David no tenía ni la sonrisa de su madre, ni el soporte del padre.
- Ni tengo pan ni nada que entregarle al Niño - balbuceó entre lágrimas y sollozos. 
Una caricia de María, y Ana entiende, y se sienta en el suelo El regazo de la joven Madre acoge ahora a David. Ella le habla, él contesta. Es casi como cuando cocinaban con mamá. 
- Yo quería  darle la hogaza al Niño, o algo mejor. Ojalá tuviera el pan. Pero mamá me enseñó a cuidar de los que tienen menos... Pero el Niño tampoco tiene nada...   
- ¿ Qué te desearías que pasara? 
- Ojalá el pan se hubiera convertido en dos panes. Y así habría para todos. O que el pan se convirtiera en una gran casa para vosotros, o en un barca para que pudiéramos viajar todos juntos, o en un lago con muchos peces ...
Mientras habla, en el rostro  de David el brillo de las lágrimas va desapareciendo, y aparece el chispear de una sonrisa. 
- Tú pide- dice María- pide que Dios quiere escucharte y quiere darse.  El te escucha
- O se transformara en un tesoro, o ... o en una mamá
- Eso ya es lo mejor de lo mejor - dice José sonriendo a María -  hay pocas  cosas que superen a transformarse en mamá.
- Mi mamá murió. 
- Tu mamá no ha desaparecido para siempre -  contesta María - Ella te quiere, y Dios os quiere a los dos, y también a tu papá. Os ama  muchísimo y va hacer lo posible y lo imposible para que volváis a encontraros Tardará un tiempo que ahora parece largo, pero al final se hace corto.
- Pero yo no tengo regalo que darle al Bebé. Y si lo tuviera ¿ Dios transformaría mi pan en un tesoro ?
- Transformar es cosa de Dios. Tú no dejes de hacer pan, con mucho cariño, con esfuerzo, con amor. Y no dejes de entregarlo a quien lo necesite. Deja que Dios haga su parte, tú solo haz la tuya. Estar es su equipo es grande 
Los cuatro niños sonreían, imaginando hogazas de panes transformándose en objetos maravillosos


Pasaron los años, más de treinta. María se dirigía a casa de Marta, cuando escuchó una voz  que la llamaba. Era un hombreton, que agarraba de la mano a un niño mientras no perdía de vista a otros dos chavales, más mayores, que estaban junto a un mendigo. Se presentaban y le preguntaban el nombre mientras  le entregaban  dos hogazas de pan. Los niños volvieron junto a su padre y a su hermanito. 
El hombre se acercó a María.
- ¡ Señora María, Señora María ¡ Soy David,  el niño del pan de la cueva de Belén. Siento lo del Señor José. Me duele en el alma lo del Niño. Me he acordado tanto tantísimo de usted, de su sonrisa, de sus caricias, de sus consejos.  Me ayudaron tanto de niño, y de adolescente También de joven...

Como cuando era un niño, dos lagrimones volvieron a surcar su cara. 

- ¿Sabe lo que pasó?  Es impresionante ¿lo sabe? Unos días antes de su muerte vinieron los amigos de su Niño a casa. Él les había enviado a buscar pan- siguió explicando David - No sé como sabía donde vivía, pero ellos me dijeron que Él  los había enviado allí. Quería mi pan.  

Como hacía más de treinta años, los lagrimones empezaron a mezclarse con la sonrisa.

- Transformó, lo tranformó. María que sí, que sí que lo hizo.  Era mi pan. Él, el Niño Dios , se acordó de mi, de nuestra conversación fantástica de niños. Envió a buscar mi pan, aquel que no pude entregarle ese día en el portal. Tanto tiempo aprendiendo a trabajar el pan, con cariño, con amor, ofreciéndolo. Ahora sé que siempre ha estado atento a como trabajaba yo el pan; sé que ha sido también un homenaje a mamá. 
Él transformó mi pan, en su propia Carne.
Él convirtió mi trabajo en su Corazón.

         
                       

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