domingo, 30 de mayo de 2010

Tres para siempre

Nos han regalado tres margaritas, de esas pequeñas, pétalos blancos, centro amarillo y corto tallo verde, de las de siempre. Iban unidas con una finísima lámina de plata. Contemplativas, humildes y en grupo trinitario. Hacía ya mucho que no íbamos a visitarlas.
La última vez la mañana se sentía húmeda por dentro, ventosa por fuera y fría por todos lados. Esta tarde en cambio, continua el calor de la mañana, el segundo día de bochorno de este final de primavera

Hemos llegado tarde. Con las prisas, no hemos entendido que decían a través del torno y nos hemos metido en la sala de visitas, el locutorio, sin mirar, para salir disparadas al ver que estaba ocupada.
Al poco rato ha quedado libre y ya hemos podido pasar. Se oyen ruidos del otro lado de los barrotes, pero los tablones de madera permanecen cerrados y no se ve nada. Al irse abriendo, la luz de su sala se cuela en la nuestra y nos deslumbra un momento. Así la imagen nos llega de forma progresiva, gradual como un hechizo que nos permite atravesar con los ojos la pared y entrar en una escena que poco a poco va cobrando vida. Es fascinante.


Entran alborozadas, chispeando casi flotando y se sitúan en los bancos situados a ambos lados de la reja. Saludamos, entran, se levantan, se sientan. Amplios ropajes marrones, blancos y negros, unos sobre otros, en perfecto orden. Son uniforme y escudo que avala la misión de estas osadas guerreras. Los velos que enmarcan rostros tranquilos.

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