domingo, 17 de abril de 2011

Luna de domingo

El sol marca los momentos de día. Yo, la luna, marco los tiempos del mes.

Me lo ha contado el sol, en el breve instante en que hemos coincidido en el cielo. El día ha sido movido. La entrada en Jerusalén gloriosa.
La gente se ha volcado en el Señor. Gritaban, extendían sus mantos por el camino, movían ramitas y saludaban con gritos y alabanzas.
Avanzaban a su paso, y a cada paso se iba añadiendo más gente.
Unos curiosos, otros atraídos por la alegría y el festejo, los más buscando la mirada del Señor.
Los niños corrían detrás, delante y por todos lados.
Lo extranjeros, sorprendidos, preguntaban quién era ese que provocaba semejante movimiento.
Orgullosos, los de la ciudad contestaban “Jesús, el profeta”
Toda la ciudad conmovida, revolucionada.

El sol dice que él brillaba e iluminaba al Señor, orgulloso de que todo en orden estuviera.

Ya al atardecer yo misma he comprobado como a los amigos de Jesús les duraba el subidón de la mañana, como una borrachera larga.
Han visto como se reconocía públicamente el valor de su Maestro.
Le quieren y el que menos, intuye algo de su grandeza.
Se sienten orgullosos de poder decir que son discípulos suyos.
Hablan, cantan, comentan y no hay quien pueda quitarles la sonrisa del rostro.
Hoy les costará dormirse.

Atardece y el Señor sale fuera, a respirar la noche, a hablar con el Padre.

Yo, la luna, esta noche estoy un poquito más grande; sigo creciendo.
Pronto llegará el que será “el día”, el más grande de todos los tiempos, el que desbordará de amor y dolor.
Ojalá pudiera parar este proceso, y no llegar nunca a luna llena.
Pero Dios sabe más y quizás sea mejor no detenerlo.
Seré testigo de hasta que extremo puede querer un Dios.
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Crece la luna, se acerca el momento.
Empieza ya  Semana Santa


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