miércoles, 11 de abril de 2012

La fusta

Con poquito tiempo para escribir, aprovecho para enlazar.
El libro, la biografía de M Antonieta,de Stefan Zweig, es de mis preferidos.
Me mostró  un  aspecto  más humano, para lo bueno y  para lo malo, de esta, más niña al principio, más  mujer al final.

Click -> la fusta de la desgracia



Y un trocito del libro, para que se vea que he trabajado algo ;O)


 
 
Capítulo 43
El último viaje

A las cinco de la mañana, mientras María Antonieta escribe todavía su última carta, tocan ya a llamada los tambores en todas las cuarenta y ocho secciones de París. A las siete está en pie toda la fuerza armada; cañones dispuestos a ser disparados cierran los puentes y las grandes calles; destacamentos de guardia atraviesan la ciudad con bayoneta calada; la caballería forma grandes filas... Un inmenso movimiento de soldados, y todo contra una única mujer que ella misma no quiere otra cosa sino llegar pronto al fin. Con frecuencia, la fuerza tiene más miedo de la víctima, que la víctima de la fuerza.
A las siete, la criada del carcelero se desliza silenciosamente en el calabozo. Sobre la mesa arden todavía las dos luces de cera; en el rincón está sentado el oficial de gendarmería, como una sombra vigilante. Al principio, Rosalía no ve a la reina; sólo después nota, toda espantada, que María Antonieta, completamente vestida de su negra ropa de viuda, está tendida en el lecho. No duerme. Sólo está fatigada y agotada por sus permanentes pérdidas de sangre.
La tierna aldeanita se aproxima temblorosa, conmovida por doble compasión: de la condenada a muerte y de su reina. «Señora -pronuncia sobrecogida al acercarse-, ayer por la noche no tomó usted ningún alimento, y casi nada durante el día. ¿Qué desea hoy por la mañana?» « Hija mía -le responde la reina sin levantarse-, ya no necesito nada; para mí está ya todo terminado.» Pero, como la muchacha le ofrezca de nuevo, insistentemente, una sopa que ha preparado especialmente para ella, acaba por decir, fatigada: « Bueno, Rosalía, tráigame usted el bouillon ». Toma algunas cucharadas; después, la muchachita la ayuda a cambiar de traje. Han recomendado a María Antonieta que no vaya al cadalso con la negra ropa de luto con que compareció ante los jueces: el llamativo traje de viuda podría excitar al pueblo. María Antonieta -¡qué le importa ahora un vestido!- no opone ninguna resistencia y decide llevar un ligero traje blanco de mañana.
Pero tampoco para esta última molestia le es ahorrada una última humillación. En todos estos días, la reina ha perdido sangre incesantemente; todas sus camisas están manchadas de ella. Por el natural deseo de recorrer corporalmente limpia su último camino, quiere cambiar ahora de camisa y ruega al oficial de gendarmes que está de guardia que se retire durante un momento. Pero el hombre, que tiene el severo encargo de no perderla de vista ni un segundo, declara que no le es permitido abandonar su puesto. Por tanto, se acurruca la reina en el estrecho espacio entre la cama y la pared, y mientras se cambia la camisa, la cocinera, compasiva, se coloca delante de ella para ocultar su desnudez. Pero ¿qué hacer con la ensangrentada camisa? Se avergüenza la mujer de dejar aquel lienzo maculado bajo la vista de aquel hombre desconocido, expuesto a las curiosas miradas de los que, pocas horas más tarde, deben venir para repartir la ropa de su pertenencia. Por tanto, la arrolla rápidamente en un pequeño envoltorio y lo introduce en un hueco que hay en el muro, detrás de la estufa.
Se viste entonces la reina con especial cuidado. Desde hace más de un año no ha vuelto a pisar la calle ni ha visto sobre su cabeza el cielo libre y dilatado: precisamente este último deseo debe hacerlo limpia y decentemente vestida; no es una vanidad femenina to que la determina a ello, sino el sentimiento de la dignidad en esta hora histórica.
Cuidadosamente se ajusta el blanco vestido mañanero, envuelve su cuello con un fichu de suave muselina, escoge sus mejores zapatos; oculta sus encanecidos cabellos con una cofia de dos volantes.
A las ocho llaman a la puerta. No, no es todavía el verdugo. No es más que el que le precede, el sacerdote; pero uno de esos que han prestado juramento a la República. La reina se niega cortésmente a confesarse con él; sólo reconoce como verdaderos servidores de Dios a los sacerdotes no juramentados, y, a la pregunta de si debe acompañarla en sus últimos pasos, responde con indiferencia: «Como usted quiera» .
Esta aparente indiferencia es, hasta cierto punto, el muro protector tras el cual prepara María Antonieta su energía para el último viaje. Cuando, a las diez de la mañana, entra el ejecutor Sansón, joven de estatura gigantesca, para cortarle los cabellos, deja tranquilamente que le ate las manos a la espalda y no opone ninguna resistencia La vida, ya lo sabe, no es posible salvarla; únicamente el honor. Pues ahora, ¡a no mostrar debilidad alguna delante de nadie! Sólo conservar la fortaleza y enseñar a todos los que desean verlo cómo muere una hija de María Teresa.
Hacia las once se abren las puertas de la Conserjería. Fuera está la carreta del verdugo, una especie de carro con adrales y al cual está enganchado un poderoso y pesado caballo.

5 comentarios:

  1. Extraordinario autor y extraordinario libro. Ha sido un verdadero placer.

    Muy feliz Pascua.

    Un besazo

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  2. Lo leído desperto mi curiosidad,me haré con el libro para leerlo entero.
    Muchas gracias.
    Un abrazo.

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  3. La verdad es que esto de leer un poco abre el apetito...
    Buena recomendación.
    Un abrazo fuerte!

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  4. Buenos días Miriam. Los traseros ásperos se llevan mejor por la sencillez y el callo del trato tosco de la vida con tener el alma envuelta, en cambio, los culetes acostumbrados a las cómodas butacas de los jaguares y rolsroices viajan con gran tormento en nuestros utilitarios, de todo se quejan y requieren mucha paciencia cuando se ven forzados a descender del algodón a la estopa. Muchos pensarán que fue el castigo de tanto olvido del prójimo necesitado pero más allá de sumarios juicios hemos de procurar aprovechar la pedrada y coz con que este ingrato mundo paga para arrimarlos al más pobre de los Jefes por quien todo existe y se mantiene en Él. Con los primeros ejercitamos muy escurridiza humildad mientras que los segundos ya se encargan de pulir toda virtud tenida y de descubrir en nocotros otras tantas. Un abrazo.

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  5. Elige, Visi y Capu: me cuesta recomendar un libro, porque cada uno tiene sus gastos Sin embargo las buenas biografías y los históricos, me enganchan tanto, que no me resisto a aconsejarlos.


    Anda NIP, profundo y genial el comentario. Y muy cierto. Aprovechar la pedrada y la coz Me lo apunto para no quejarme cuando me caigan

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