Nadie estuvo más solo que tus manos
perdidas entre el hierro y la madera;
mas cuando el pan se convirtió en hoguera
nadie estuvo más lleno que tus manos.
Nadie estuvo más muerto que tus manos
cuando, llorando, las besó María;
mas cuando el vino ensangrentado ardía
nadie estuvo más vivo que tus manos.
Nadie estuvo más ciego que mis ojos
cuando creí mi corazón perdido
en un ancho desierto sin hermanos.
Nadie estaba más ciego que mis ojos.
Grité, Señor, porque te has ido.
Y Tú estabas latiendo entre mis manos.
Grité, Señor, porque te has ido.
Y Tú estabas latiendo entre mis manos.
Precioso. Martín Descalzo escribió cosas preciosas tanto en verso como en prosa. Este soneto me ha encantado!! Un abrazo fuerte!
ResponderEliminarOhhhhh! Qué bonito!
ResponderEliminarGracias, Miriam
Que bello soneto nos tres hoy de J.L. Martín Descalzo, gracias amiga, por lo que me empujas a meditar con él.
ResponderEliminarUn beso