Retomar (pero sin estornudos)

El verano es mi  amigo relajado. Ese que me permite disfrutar la siesta a la sombra, leer esa novela sin mirar el reloj, despertar descansada, experimentar nuevas recetas, pasear al atardecer por la playa y vivir sin horarios.

Es aquel tiempo que un día incita a largas conversaciones a la luz de las estrellas que llevan a desayunar a la hora de comer y recibir la hora del te comiendo y conversando otra vez. Para al día siguiente despertar antes del amanecer e ir a conquistar una montaña.

Ese amigo, el verano, este año se ha despistado. De repente se ha encontrado que llegaba el otoño, y él aun sin hacer la maleta, ha tenido que recoger sus bártulos rápidamente e iniciar su viaje hacia la otra punta del planeta. 

Y entre tanto trajín, se ha olvidado de llevarse el dolor de cabeza, el moqueo,  la tos "improductiva" (como dicen los prospectos) y la productiva, el dolor muscular, el cansancio, la debilidad, los estornudos, la faringitis y el embotamiento. Todo eso se  ha quedado perdido en mi cabeza

¿Qué esos síntomas son más propios del otoño y del invierno? No sé. Pero a mi me llegaron en verano, y si ese caballero me los trajo, él tendría que habérselos llevado.

Confío que esta noche, mientras duermo, pase por aquí, silencioso para no despertarme y los meta en su maleta llevándoselos muy lejos.

Así  mañana poder disfrutar del otoño. De sus tardes de calorcito, combinadas  con brisa fresca y los granates, verdes, escarlatas, ocres y pajizos de las hojas. Respirar el ímpetu de las nuevos proyectos, sentir la caricia de la lluvia imprevista y reír con los amigos preparando espaguetis caseros y llenándonos el pelo de harina.

Retomar con valentía antiguos y nuevos objetivos

(Nota : la verdad es que ultimamente los veranos son algo más ajetreados, pero por el sólo hecho de ser verano evocan esa sensación de libertad y relax que esponjan el alma)