Tengo a los dos sobrinos más peques durmiendo en casa. Han tenido un hermanito, que junto a sus papas (mi hermano y cuñada) duerme placidamente en el hospital.
Los que sois padres lo vivís cada día, pero para mi es todo una aventura.
Por la mañana, día laborable, levantarlos, que vayan al lavabo, vestir a la peque con su vestidito, darle la ropa al de cinco años para que se vista solo, lavarles la cara, peinarlos, recordar que hoy tocaba chandal y volver a cambiar a la peque, desayunar, revisar la mochila, darme cuenta de que el niño se ha puesto el pantalón al revés, cambiarlo, preparar el desayuno para el cole ...
Y en medio de esta frenética actividad matutina, ellos no pierden la calma.
Yo me levanto de la cama con todo planeado para conseguir el objetivo final: salir de casa puntuales.
Ellos en cambio, tienen una impresionante capacidad para despertarse y simplemente vivir. Pasan de dormir a estar despiertos, sin mayor preocupación sobre en qué va a consistir su jornada o si hay cambio de planes.
Mientras yo voy a lo práctico (todo lo de arriba), ellos combinan el vestirse con despertar a la muñeca, peinarse con dame ese libro, desayunar con cuéntame un cuento, y en los intermedios que si ahora me pongo una zapatilla y un zapato, después me convierto en un mago y hago desaparecer la mochila, mira el dibujo de los cereales...
Sería ideal encontrar un término medio, entre ese "vivir en otro planeta" de los peques y el agobio matutino de los adultos, que a veces dura toda la jornada, sufriendo porque nada se salga del plan previsto.
¿A que sería genial? Ser responsables pero con una confianza plena en que salga lo que salga, va a ser para bien. Y así no perder la sonrisa.
Ah, y mi total admiración a los padres que lidian con los niños a primera hora de la mañana para poder llegar puntuales, cada uno a su destino. ¡Y eso lo repiten cada día!