La vista

Hace un par de meses, preocupada porque mis ojos entraban a trabajar blanquitos y salían al final de la jornada colorados, fui al oftalmólogo para revisarme la vista, 

Me comentó que no tenía nada (ufff),  pero que volviera en un par de meses.

- ¿Y eso?

- Con los 40, semana más, semana menos, de repente se va la vista. Y necesitaras gafas.

Vamos, un as dando ánimos.

Me explicó lo del cambio de color con un sencillo término que mi cerebro,  mosqueado por lo de los 40, decidió manipular y archivar a su manera.

Al día siguiente en el trabajo, al intentar repetir el diagnóstico, mis neuronas bloquearon la palabreja.

Para hacerme entender, se me ocurrió decir que tenía algo así como celulitis en los ojos. Inmediatamente, noté la mirada de mis compañeros clavada en mis ojos, observándolos como si fueran los de un extraterreste.

Y no es eso, lo que tengo en los ojos no es celulitis. 

Ni  estrias.

Son varices, que en lenguaje normal significa venitas en los ojos, que al final del día, por cansancio y dolor de cabeza intentan llamar la atencion haciéndose ver con mayor intensidad.

Pero vamos,  no es que tenga los ojos inyectados en sangre ni nada por el estilo.

De hecho, desde hace unas semanas, ya no se tiñen de encarnados.

De la visita, se me ha quedado grabada la profecía del oftalmólogo.

Aunque llevar gafas no sería un drama, con lo despistada que soy, tendré que buscar un método para no perderlas.

Ahora, cada mañana, me levantó, busco algo que leer y compruebo que, por ahora, la profecía todavía no ha surtido efecto. 

Así que doy gracias a Dios por no tener que dedicar minutos enteros a buscar las gafas; por conservarme un día más la vista al natural. 

Eso sí, aunque sea con venitas. Que no celulitis, ni estrías.