Esperó hasta oir el golpe atenuado de la puerta de entrada.
Habían pasado tres horas desde que su pequeña, su niña aunque ya madre de dos adolescentes, se había presentado con el rostro desencajado.
Ella, su madre, ya abuela, conocía bien esa mirada triste, ese balbucear que dudaba entre esconder la amarga noticia o hacerla estallar sin controlar los daños.
Tres horas habían pasado hablando, llorando, intercalando tazas de te con pucheros y aprovisionamento continuo de clinex. Combinando abrazos con alguna escasa pregunta, mucha escucha y toneladas de cariño.
A cinco días de Navidad, su hija le contaba que su marido ya no dormía en casa. No sabía si vendría a cenar con todos por Nochebuena.
Esta vez la grieta entre los dos, era muy grande, enorme.
Su hija, desconsolada, no veía posible arreglarla.
Esta vez la grieta entre los dos, era muy grande, enorme.
Su hija, desconsolada, no veía posible arreglarla.
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