Trabajan la madera, acarician al Niño, ayudan a María
Acogen al prójimo
Perdonan ofensas y sanan heridas.
Dan y no recuerdan.
Enseñan y aprenden.
Se cansan, se agotan, a veces casi ni duermen.
Sufren, ven sufrir, aman y sostienen
Espantan miedos, aseguran el camino
En Nazaret, en Belén, en Egipto, en Jerusalén.
Siempre rezan.
San José, de tu Niño todo lo puedes.
Sé nuestro guía en el camino,
y nunca nunca nunca nos dejes.
Bonita oración por San José, me uno a ella y me encantala cantidad de oraciones que últimamente estoy leyendo y esta otra. Muchas gracias. un abrazo
ResponderEliminar'Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado', decía nuestra gran santa Teresa.
ResponderEliminarPrecioso...
ResponderEliminarMarita
Buenos días Miriam. ¡Qué poco se habla de él! y lo importante que es. La sencillez escondida en el secreto junto a Dios.Un abrazo.
ResponderEliminarMuy bonita oración, me uno a ella
ResponderEliminarUna Visita del Purgatorio -Convento de las Terciarias Franciscanas, Foligno, Italia Purgatorio
ResponderEliminarEl día 4 de noviembre de 1859 murió de apoplejía fulminante, en el convento de Terciarias Franciscanas de Foligno, una buena hermana llamada Teresa Margarita Gesta, que era hace muchos años maestra de las novicias y a la vez encargada de la pobre ropería del monasterio. Había nacido en Córcega, en Bastia, en 1797 y había entrado en el monasterio en febrero de 1826.
Doce días después de la muerte de sor Teresa, el 17 de noviembre, la hermana Ana Felicia, que la había ayudado en su empleo y que la reemplazó después de su muerte, iba a entrar en la ropería, cuando oye gemidos que parecían salir del interior del aposento. Algo azorada, se apresuró a abrir la puerta: no había nadie. Mas dejándose oír nuevos gemidos acentuados, ella, a pesar de su ordinario valor, sintió miedo.
“¡Jesús, María!; -exclamó – ¿qué es esto?”.
Aún no había concluido, cuando oyó una voz lastimera, acompañada de este doloroso suspiro:
“¡Oh, Dios mío! ¡cuánto sufro! Oh Dios! que peno tanto!”.
La hermana, estupefacta, reconoció pronto la voz de la pobre sor Teresa. Se repone como puede, y le pregunta:
“¿Y por qué?”
“A causa de la pobreza”, responde sor Teresa.
“¡Cómo!… – replica la hermana – ¡vos que erais tan pobre!”
“No es por mí misma, sino por las hermanas, a quienes he dejado demasiada libertad en este punto. Y tú ten cuidado de ti misma”.
Y al mismo instante la sala se llenó de un espeso humo, y la sombra de sor Teresa apareció dirigiéndose hacia la puerta, deslizándose a lo largo de la pared. Llegando cerca de la puerta, exclamó con fuerza:
“He aquí un testimonio de la misericordia de Dios”.
Y diciendo esto tocó el tablero superior de la puerta, dejando perfectamente estampada en la madera calcinada su mano derecha, y desapareciendo en seguida.
La pobre sor Ana Felicia se había quedado casi muerta de miedo. Se puso a gritar y pedir auxilio. Llega una de sus compañeras, luego otra y después toda la Comunidad; la rodean y se admiran todas de percibir un olor a madera quemada. Buscan, miran y observan en la puerta la terrible marca, reconociendo pronto la forma de la mano de sor Teresa, que era notablemente pequeña. Espantadas, huyen, corren al coro, se ponen en oración, y olvidando las necesidades de su cuerpo, se pasan toda la noche orando, sollozando y haciendo penitencia por la pobre difunta, y comulgando todas por ella al día siguiente.
Huella de la mano de la hna.Teresa M. Gesta, en su visita desde el purgatorio. Foligno, Italia. Imagen cortesía de los Frailes Franciscanos Recoletos de la Cruz, con permiso
Espárcese por fuera la noticia; los Religiosos Menores, los buenos sacerdotes amigos del monasterio y todas las comunidades de la población unen sus oraciones y súplicas a las de las Franciscanas. Este rasgo de caridad tenía algo de sobrenatural y de todo punto insólito.
Sin embargo, la hermana Ana Felicia, aun no repuesta de tantas emociones, recibió la orden formal de ir a descansar. Obedece, decidida a hacer desaparecer a toda costa en la mañana siguiente la marca carbonizada que había causado el espanto de todo Foligno. Mas, he aquí que sor Teresa Margarita se le aparece de nuevo.
“Sé lo que quieres hacer; -le dice con severidad -; quieres borrar la señal que he dejado impresa. Sabe que no está en tu mano hacerlo, siendo ordenado por Dios este prodigio para enseñanza y enmienda de todos. Por su justo y tremendo juicio he sido condenada a sufrir durante cuarenta años las espantosas llamas del purgatorio, a causa de las debilidades que he tenido a menudo con algunas de nuestras hermanas. Te agradezco a ti y a tus compañeras tantas oraciones, que en su bondad el Señor se ha dignado aplicar exclusivamente a mi pobre alma; y en particular los siete salmos penitenciales, que me han sido de un gran alivio”.
Después, con apacible rostro, añadió:
“¡Oh, dichosa pobreza, que proporciona tan gran alegría a todos los que verdaderamente la observan!”.
Y desapareció.
http://catolicidad-catolicidad.blogspot.com/2009/10/leeme-o-lamentalo-pequeno-pero.html
ResponderEliminarPor fin, al siguiente día, 19, sor Ana Felicia, habiéndose acostado y dormido, a la hora acostumbrada, oye que la llaman de nuevo por su nombre, despiértase sobresaltada, y queda clavada en su postura sin poder articular una palabra. Esta vez reconoció también la voz de sor Teresa, y al mismo instante se le apareció un globo de luz muy resplandeciente al pie de su cama, iluminando la celda como en pleno día, y oyó que sor Teresa con voz alegre y de triunfo, decía estas palabras:
ResponderEliminar“Fallecí un viernes, día de la Pasión y otro viernes me voy a la Gloria… ¡Llevad con, fortaleza la cruz!… ¡Sufrid con valor!”.
Y añadió con dulzura: “¡Adiós! ¡adiós! ¡adiós!…
Se transfigura en una nube ligera, blanca, deslumbrante, y volando al cielo desaparece.
Abrióse en seguida una información canónica por el obispo de Foligno y los magistrados de la población. El 23 de noviembre, en presencia de un gran número de testigos, se abrió la tumba de sor Teresa Margarita, y la marca calcinada de la pared se halló exactamente conforme a la mano de la difunta.
El resultado de la información fue un juicio oficial que consignaba la certeza y la autenticidad de lo que acabamos de referir. En el convento se conserva con veneración la puerta con la señal calcinada. La Madre abadesa, testigo del hecho, se ha dignado enseñármela (dice Mons. de Ségur), y mis compañeros de peregrinación y yo hemos visto y tocado la madera que atestigua de modo tan temible que las almas que, ya sea temporal, ya sea eternamente, sufren en la otra vida la pena del fuego, están compenetradas y quemadas por el fuego.
Cuando, por motivos que sólo Dios conoce, les es dado aparecer en este mundo, lo que ellas tocan lleva la señal del fuego que les atormenta; parece que el fuego y ellas no forman más que uno; es como el carbón cuando está encendido.