Una vez uno de ellos se fue lejos, muy lejos, lejíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisimos, para explicar lo que habían vivido con Cristo.
Al partir, Ella le dio su bendición.
Una día, la Madre, que era muy Madre, y cada día recordaba a cada uno de sus nuevos hijos, quiso acercarse para confortar a ese que estaba tan leeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeejos y ayudarle en su misión.
Pero Ella aun no había subido al cielo; seguía en tierra.
Y en la tierra no se conocía el Ave, ni el Concorde, ni el desintegrador de partículas, ni nada parecido.
¿Cómo llegar hasta ese hijo?
No sé muy bien como, pero saltándose todas las leyes físicas, llegó junto a él, y le pidió una iglesia. En Zaragoza.
Pues, ¿quién es capaz de detener a una Madre que se propone ayudar a un amigo de Su Hijo, que además es un nuevo hijo?
Sí. Definitivamente, la Madre, para los sacerdotes, tiene una atención especial.
Tan especial que si hace falta, se salta las leyes de la naturaleza.
Tan especial que si hace falta, se salta las leyes de la naturaleza.
Buenas tardes Miriam. Tiene un cuidado maternal y sin duda es de todo apóstol el Pilar.Un abrazo.
ResponderEliminarMiriam, ¡qué alegría me ha dado leer tu comentario en el blog de Angelo!
ResponderEliminarMe ha alegrado mucho que tu también beses al final del día el crucifijo.
Un abrazo enorme.
Nuestra Señora tiene un manto tan maravilloso y amoroso que nos acoge a todos bajo él y a los apóstoles, especialmente.
ResponderEliminarUn beso y feliz día.