Desde hace unas largas horas, hay algo que no funciona. Estamos entrando en colapso.
He repetido el recorrido varias veces, pero no consigo detectar en donde está el origen del problema. No se parece a nada de lo que conozco. Es como una conjunción de todas las crisis posibles, estallando a la vez y con una intensidad infinita.
Estoy tan concentrada, que veo el rasguño cuando ya es demasiado tarde. No me da tiempo a esquivar la salida y en un momento me encuentro en el exterior.
El contacto con el aire frió me golpea, me cambia. Aunque nunca he estado fuera, intuyo que he ido a parar a la rodilla. A mi alrededor, hay casi tanta sangre como cuando navegaba por el interior de las venas.
He perdido el control, y solo puedo dejarme llevar, deslizándome pierna abajo.
El paisaje es desolador. Sangre líquida y sangre seca, costras arrancadas, llagas delimitadas por restos de piel embrutecida, trozos de carne desgarrada, zonas heridas a carne viva.
Polvo y tierra. Barro y sangre.
Alcanzo el tobillo, está tan hinchado que cuesta reconocerlo.
En un momento, aparecen las manos de una Madre. Rozan los pies, acerca su cara y apoya la frente exhausta sobre la piel del Hijo. No sé como lo ha hecho para llegar hasta aquí, tan arriba. Antes de que pueda depositar un beso sobre el tobillo, unos brazos retiran bruscamente a la Madre.
Sobre el pie derecho, queda un rastro de Ella, una lágrima
Sigo bajando, hasta tropezar con un clavo. Allí puedo descansar, parar esta absurda carrera. El hierro me hiere, la carne hierve en fiebre
El clavo está por fundirse al calor del Amor que desprende ese Hombre.
De repente cae una gota de agua. La reconozco, es parte de ese Cuerpo que yo he recorrido tantas veces. Una lágrima que vertida desde Sus ojos, ha caído en picado sobre el pie.
El dolor de la Madre y el sufrimiento del Hijo, se unen en una única gota. En una misma pasión.
Me he vuelto a despistar. Un riachuelo de sangre, que viene crecido, me empuja y me arrastra consigo. Me lleva hasta el talón, para luego surcar toda la planta del pie.
Los pies ardiendo, parece que vayan a desfragmentarse en cualquier momento.
En las plantas, se nota el desgaste de quien no ha parado quieto. Han recorrido senderos, visitado casas, salido a buscar sus ovejas perdidas, pescado, multiplicado las horas de pie trabajando, y los días de camino predicando.
Al deterioro por uso, se une el destrozo de las últimas horas.Casi no son ni pies. Han cargado con demasiado peso, no creo que puedan volver a caminar.
No quiero separarme de este Cuerpo. Está ya casi muerto, y sin embargo siento que lleva mucha Vida dentro. Ojalá supiera como parar este descenso.
Ahora estoy sobre el dedo gordo. Algo se ha roto porque el dedo está morado, late con fuerza, y cada segundo se inflama un poco más Como cuando al descolgar un cuadro, queda su rastro en la pared, se distingue el rastro de la uña, que ya no está.
Y caigo al suelo.
Una entrada maravillosa y tan bien contada que al final me he visto con lágrimas en los ojos. ¡Chica qué momento! Ufff.
ResponderEliminarUn beso y feliz tarde.
Gracias... por este hermoso relato...que va, sin duda, mucho más allá de las palabras...
ResponderEliminarUn abrazo.
Miriam, me has conmovido, gracias. Qué preciosidad. Te enlazo...
ResponderEliminarAbsolutamente conmovedor.
ResponderEliminarVerdaderamente, gracias a la plasticidad del relato, he podido recrear la escena con todo detalle.
Muchas gracias por compartirlo, por hacernos meditar.
Buenos días Miriam. Se pierde, no hay quién queira beberla,¿Es que no tengo sed?, la tierra la reclamará algún día como la de Abel.¡Misericordia Señor, pequé!. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Oh!
ResponderEliminarCuando llego tarde a Misa :O( me siento al final, junto a la cruz.
ResponderEliminarHan puesto unas velitas, de estas eléctricas, que han desplazado el banco.
Desde la nueva ubicación, girando un poquito la cabeza, tropiezo con un primer plano de los pies del crucificado.
Los fotografié con el móvil, cuando solo quedaban en la iglesia un feligrés y dos monjitas.