No he podido ni aullar.
Lo he visto colgado del madero.
Destrozado, apaleado, fustigado
Abandonado, azotado y humillado
Pisoteado
En su cuerpo. Y en su alma
Ese Señor, que mi instinto me dice que es El Señor
Soberano despreciado. Sin consuelo.
Desde allá arriba, clavado en la cruz, hace un esfuerzo por abrir los ojos.
Por vencer la resistencia de la carne hinchada, de la sangre seca, de los músculos exhaustos.
De las espinas que de la corona cuelgan
Consigue abrirlos. Y mira a los hombres, ofreciendo todo el Amor que aun le queda.
Amor que es despreciado.
La mayor Ternura rechazada con crueles insultos o con dolorosa indiferencia
Su Madre, al pie de la Cruz.
Respira, y todo le duele. Porque su Niño cada vez respira menos.
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