Sentada en las piedras del muro, esperando a Ana, me han regalado eso que tanto me gusta, unos minutos de tranquilidad al aire libre, sin prisas viendo pasar a la gente.
Estudiantes, amigos, parejas. Mi mirada, de forma disimulada, se detiene unos microsegundos en cada una de las distintas personas que pasan por allí
Un joven paseando con una mochila sobre su pecho de la que asoma la peludita cabeza de un perro de ojos vivos y orejas traviesas. Adelanta a un matrimonio mayor, él anda con esos pasos pequeñitos propios de la tercera edad, ella cogida de su brazo acompasa su vitalidad al ritmo de él.
Dos de cuarenta, con su traje y su corbata ríen y discuten de forma animada sobre algo que implica dinero, internet, negocios y alimentos.
Pasan delante de una veintiañera que sentada en un banco, escribe en una libreta, concentrada y desconectada del exterior por sus walkmans, pero ni la miran.
La nota de vitalidad y alegría la dan tres adultos con quince niños de unos siete años. Van recogiendo hojas del suelo y metiéndolas en un sobre que llevan enganchado en la bata. De tanto en tanto, cuando lo marca la que debe ser la profesora encargada, se acercan, en fila, a un árbol y lo saludan felicitándole por los 10, 20 o 60 años que tiene.
En esto que pasa rápido un alguien. El abuelo cae, los niños no se enteran y siguen con sus hojas. La chica sentada grita. Le han robado la bolsa.
Alguien que pasaba con una bicicleta sale disparado detrás del ladrón. Al poco vuelve con la bolsa. Casi lo alcanza, que significa que se ha escapado. Cuando estaba a punto de cogerlo ha tirado el bolso, el de la bici ha caído, y el ladrón ha desparecido. Ella le sonríe mientras revisa el interior del bolso.
Los abuelos ya siguen su marcha, los dos de cuarenta le han ayudado a levantarse.
Los niños dirigidos por la profesora le cantan al árbol más antiguo, cumpleaños feliz
Sí. Existe gente buena, existe gente mala y existe gente buena y mala
Y sobretodo Dios que nos sonríe a todos
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