Hace mucho que no voy al cine, y menos sola. De hecho no recuerdo haber entrado en una sala a ver una película, sin compañía.
Pero hoy, ante la amenaza de que retiren la película, me he lanzado. Si al principio podías verla en tres salas, ahora sólo en una y en tres sesiones de horario muy raro: la una de la tarde, las cuatro y las seis.
He llegado a la de las cuatro, para así no tener que suspender la quedada de las seis. Pensaba que a esas horas y en domingo, casi no habría cola. Craso error, he tenido que esperar unos diez minutos, para comprar la entrada y llegar a la sala justo cuando empezaba la película.
A los pocos minutos, cuando mis ojos se han acostumbrado a la penumbra, he podido contar unas seis personas en la sala, que sumadas a tres que han entrado más tarde y la mía propia, dan una cifra de espectadores no muy espectacular.
Imagino que al director del cine no le hará mucha ilusión el escaso quórum, pero a mi me ha encantado poder ver la película sola en mi fila, sin vecinos cercanos, pero sintiendo una especial camaradería con el resto de asistentes.
El documental refleja las cualidades de los curas. El eje del argumento es el día a día de un sacerdote explicado a través de los testimonios de la gente que lo conoció. Así se da a conocer cómo es la vida de un sacerdote y el inmenso valor que tiene.
Cuando voy con los amigos al cine, soy de las que se concentran en la película, evito los comentarios con los compañeros y hago esfuerzos por no hacerlos callar con una colleja.
Pero esta vez, por esas cosas de la vida, el mensaje se iba metiendo tan dentro de mi corazón, que no he tenido más remedio que ir comentándola con mi ángel
Espero, mi ángel, que esto no te haya molestado.
Al menos no he sentido en mi nuca ningún toque de ala.
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