Me cuenta que sólo poner un pie en el colegio, Dolores, le ha cogido del brazo.
Es la señora que al mismo tiempo que mantiene el colegio impecable, conoce a todos los niños y cuida abuelarmente de los profesores. "Mercé está en su clase,ve a verla" y soltándole el brazo, le ha dado un cariñoso empujón en la espalda, en dirección al área de primaria. Sin darse apenas cuenta estaba llamando a la puerta de primero.
Mercé, profesora ya de 20 generaciones de mocosos de siete años, estaba sentada en su mesa, revisando las fichas de sus alumnos. Entrar en estas aulas es sumergirte en un espacio encantado. O hay peces de colores, con escamas de papel de seda y cola de plata nadando, o hojas de otoño congeladas en su descenso, o animales de la granja, planetas, ríos, países, esquimales, agua en todos sus estados...
Pero al girar ella la cara para mirarle, se ha roto el sortilegio. Los ojos recorridos por venitas rojas y enmarcados en tristes sombras. La piel cansada, respiración lenta. Y la sonrisa, su sonrisa que siempre da un toque de alegría, intentaba dar fuego y sólo generaba chispa.
Con cualquier otro hubiera dado un rodeo, pero tantos años luchando juntos por el colegio, lo hacia innecesario
"¿Qué ha pasado?" "Quique, mi Quique, que viene, y va, y busca dinero, y cuando no está drogado está buscando la droga.... Y ya no puedo más.
Han hablado un ratito, hasta que la primera criatura se ha colado por la puerta.
Sólo oirla entrar, su cara ha cambiado: su piel se ha tensado, ha vuelto la sonrisa brillante, las sombras han desaparecido y ha vuelto a ser la maestra, referencia de sus niños
Pero en sus ojos aún ha quedado un algo de tristeza.
No es fácil la vida. No es fácil sufrir por los otros.
No es fácil Pero aún así se puede seguir viviendo, y de vez en cuando, sonreir.
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