Vivíamos a dos manzanas.

Nacho se paró, le preguntó por el perro, por él, si tenía hambre o necesitaba una manta, escuchó su historia. Los otros cuatro esperábamos a un lado, como si aquello no fuera con nosotros. Fue a buscarle un bocadillo de jamón y queso en el bar de la esquina, junto con algo para beber y nos animó a que mientras él conseguía el alimento, nos acercáramos a escucharlo y hablar con él. Así supimos su historia y el por qué no iba a ningún albergue. No podía entrar con su carrito, le obligaban a dejarlo fuera. Como las normas sólo le permitían dormir allí tres días, al cuarto, se encontraba otra vez en la calle y sin sus pertenencias; no le compensaba. Aquel día entendí que ellos también tenían una vida.
Así era Nacho, sin miedos, desbordante de cariño, tratando a todos con el mayor respeto. El relaciones públicas del que se enamoraban todas las chicas que caían por el grupo y del que todos los chicos querían ser amigos.
Hola. Un alma grande. Gracias.
ResponderEliminar