viernes, 6 de agosto de 2010

Ropero

No podía apartar de su cabeza la imagen de ese señor, plantado en la sala con su cinta métrica y su lápiz. Todo había pasado esa mañana, cuando aprovechando la tranquilidad que reinaba a primera hora, estaban Diego y él repasando las necesidades más urgentes. Oyeron un ruido en el ropero y al asomarse, vieron allí a  un hombre con una cinta métrica en una mano y papeles, boli y lápiz en la otra. Medía la sala mientras apartaba con los pies, la ropa que las voluntarias habían organizado por tallas y concepto, y con los brazos organizaba muebles invisibles.
Ante su mirada confundida y sin que hiciera falta preguntarle nada,  ese señor, con un tono de cierta condescendencia,  se había explicado. Comentó que habían pedido el local al ayuntamiento, y se lo iban a conceder. Porque su proyecto era bueno, necesario para el barrio, y conocía a no sé quien. Les falto tiempo para invitarlo a salir, mientras él aseguraba que en poco tiempo el local ya no sería de ellos.
Había pasado la mañana nervioso, la seguridad y el tono de ese hombre hacían presagiar un escaso futuro al ropero. Ahora, al atardecer, al ir cerrando las ventanas, los nervios se iban convirtiendo en cansancio. Si siempre había mirado el local con cariño, hoy la mirada era de casi fervor. Recordaba el inicio, como se había volcado la gente del barrio en rehabilitar el local. Dos días enteros para limpiarlo, uno para pintarlo, arreglar las ventanas, los muebles, situar las mesas y organizar el ropero. Mientras trabajaban, cantaban contaban chistes y a veces incluso callaban. A mediodía se compartía comida, anécdotas y bromas para continuar un poquito más por la tarde, recoger y cada uno a su casa
Cuando entró en funcionamiento casi no tenían ropa que ofrecer, y apenas había gente que fuera a pedir. Pero poco a poco corrió la voz por el barrio y cada vez llegaba más material .... y se iba más rápido La gente dejaba ropa, a veces también alimentos. Los voluntarios la organizaban y la repartían  entre las personas que se acercaban a buscar algo con que abrigarse o simplemente vestirse.
Poco a poco se fue elaborando una lista de la gente  mayor o enferma del barrio, que no podía moverse. A los adolescentes les encantaba ir a verlos,  en grupitos, llevando alimentos y ropa, en el carro que el súper de la esquina les había regalado. El ruido del carro saltando por los adoquines de la calle se mezclaba con las risas y coqueteos de los chavales Visitaban a los mayores, cinco minutos de charla y dejar lo necesario
Todos se sentían  importantes, los jóvenes y los ancianos. Ambos eran importantes y aunque no eran muy conscientes, se necesitaban entre sí
Parecía increible que lo que había surgido como una idea de cuatro personas, hubiera salido adelante implicando a todo el barrio. Aunque todo tiene su secreto, y el del ropero era la piedra angular, el párroco que acogió la iniciativa y supo ir uniendo distintas  voluntades en un proyecto común . Fue el catalizador  tanto en su origen como en sus distintas fases. Periodicamente surgían roces y problemas entre los colaboradores,  se peleaban y parecía que todo aquello iba a finalizar. Pero él conseguía que las aguas  volvieran a su cauce y continuara el proyecto.

Quizás esa sería la solución. Hablaría con él. Él le daría la pista de como empezar a resolverlo

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