Mira que llevo años confesándome. Una media de 18 veces al año. A veces dos, a veces 30.
Y cada vez, cada bendita vez que decido confesarme, voy hacia la iglesia, cuando estoy a punto de entrar, me entra el agobio, y decido dar una vuelta a la manzana. Incluso a veces dos y tres. Ando, rezo, pienso, repaso y ando.
Lo ideal es ponerme en la cola si hay y si no delante de la puerta del confesionario, así sé que ya no tengo "escapatoria". Me preparo, pienso en el mal que he hecho, en el daño provocado y en que ya está todo perdonado. ¡Y a que precio! Sólo me piden que lo confiese. Ya queda poco.
Sale alguien del confesionario, no hay nadie delante mio y entro. Sólo cuando el sacerdote dice "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", entonces yo como que me tranquilizo. Y me confieso
Salgo con los consejos en la memoria, el corazón esponjado, el alma limpia, y la voluntad más fuerte.
Y ahogada de calor. No sé como aguanta el sacerdote allí dentro. Sin quejarse, metido en un armario-cajón que no debe ser nada cómodo, tantas horas, en un espacio estrecho sin poder casi moverse, con tanto calor, tantísimo calor en verano, respetando las vestiduras de su cargo. Escuchando lo que dices, aclarando y concediendo la absolución. Una persona tras otra. Y siempre guardando absoluto silencio sobre lo confesado allí dentro.
Bendito sea Dios que nos concede el perdón.
Benditos sacerdotes que nos facilitan el recibir el perdón de Dios, a costa de horas de cansancio y dolor.
Hola. ¡Bendito sea Dios! necesito los sacramentos con frecuencia, la Eucaristía diaria y la confesión bien hecha. Me ví reflejado en la situación, gracias hermana.
ResponderEliminarSacramentos con frecuencia...
ResponderEliminarCuando llevo un tiempo que voy de mal en peor, de repente me doy cuenta que he ido dejando los sacramentos frecuentes.
Pero no me doy cuenta hasta que vienen los problemas.. mira que hay que ser desastre ;O)