sábado, 28 de agosto de 2010

La gruta

Son pasadas las doce y las estrellas titilan sobre el cielo casi negro.
Nos acercamos a la gruta para rezar. El día ha sido caluroso, la noche es fresquita y el río suena lejos, guarda silencio al lado de la cueva. La gente, menos numerosa que durante el día, va y viene a paso pausado, tranquilo y hogareño. Como el que se desplaza por la noche en casa, recogiendo la mesa, cerrando cortinas y sentándose en el callejón, descansando el cuerpo para dejar que el alma se explaye.


A los pies de la imagen unos veinte jóvenes, con sus uniformes de voluntarios, cantan al son de dos guitarras, una canción de buenas noches a la Señora. Se despiden y retiran. Mañana hay que cuidar a los enfermos.
Silencio
Una abuela con su nieto: -Mira la gruta. Allí sobre esa piedra. Allí se apareció Ella.
Murmullos de rosario.
Las velas arden
Le pido por el sacerdote ya mayor, enfermo al que han enviado definitivamente a la residencia. Cree, sabe que esta vez son los últimos pasos hacia el cementerio. Dice que no debería quejarse, que lo cuidan y hay gente que no tiene ni eso, pero algo dentro de él está triste, desecho. Es la última prueba.
La gente pasa por la gruta acariciando la roca, rezando
Murmullos de oraciones
Las velas se van consumiendo
Cuando ya he acabado con las peticiones, y agradecimientos, me quedo en silencio. Delante de donde estuvo la Madre, mi Madre
¡Cuánto la quiero!



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